sábado, 14 de febrero de 2009

La epopeya de Il Duomo





De "Crónicas Florentinas"

La cúpula de la basílica de Santa María de las Flores domina el valle del Arno, imponiéndose como una roja colina, majestuosamente bella. Es enorme, revestida de mármol rojo y ocho nervaduras de mármol blanco que la hacen única. Sólo el genio renacentista de Filippo Brunelleschi fue capaz de construirla más de cien años después de terminada la basílica sobre la cual descansa. Para llevar a cabo su proyecto, “Pippo” –como le decían sus contemporáneos—no sólo tuvo que vencer a sus contrincantes en un famoso concurso para la asignación de la obra, sino que se tuvo que imponer a intrigas, traiciones e intentos de detener la obra por parte de gremios a los que no había terminado de convencer, pues nadie, hasta el 1420 había descubierto la manera de “cerrar” el enorme crucero de cerca de 80 metros de diámetro.
Brunelleschi, reconocido como el Padre de la Perspectiva, ingeniero, arquitecto, escultor y matemático, tardó 14 años en levantar la enorme mole, para la cual no sólo se invirtieron cientos de miles de florines de oro, sino que se contrataron, también, miles de obreros. El reto para Brunelleschi fue crear sus propias herramientas, carros transportadores de materiales, enormes apastos y gigantescas grúas de madera, antecesoras de las modernas “plumas”, utensilios que hoy podemos admirar en el Museo della Opera del Duomo, situado allí, frente a la parte exterior Este de la basílica, sobre la angosta callejuela que la circunda, Piazza del Duomo, entre Via Ricassoli y Via de Martelli.
Para construir la enorme cúpula hubo necesidad de abrir una nueva calle, hoy Via dei Servi, sobre la que se construyó un gigantesco terraplen por la que subían los materiales.
La documentación que se conserva del concurso incluye desde proyectos más o menos conservadores como el “cerrar” más el tamburo y construir una cúpula más pequeña hasta las francamente desproporcionadas como el de rellenar de tierra el crucero de la iglesia para darle un sustento a la cúpula o, construir un gigantesco andamio por dentro y por fuera para ir colocando los bloques de piedra de tal manera que no se derrumbara.
Sin embargo, la propuesta de Brunelleschi, aunque increíble para su tiempo, fue la aprobada, no tanto porque haya convencido a los gremios que aportarían el capital, sino por devolverle su propio reto que era el de construir la cúpula sin andamiaje y sin usar una estructura interna en que sostenerla mientras la erigía. Algo insólito.
Pero Brunelleschi ya había estudiado y medido la cúpula del Panteon en Roma a donde había ido, años antes, en compañía del joven Donatello. Ambos, midieron palmo a palmo la estructura del Panteon y Brunelleschi estudió el duomo planisférico construido por los antiguos romanos con la técnica a scattole y que se quedó para siempre abierta, con un oculo que jamás fue cerrado.
El día que estuve allí, hacía frío en Roma y caía una lluvia intermitente. Por el oculo del Panteon se metía el agua, caía de un circulo gris, en lo más alto de la extendida cúpula.
El secreto de Brunelleschi para construir Il Duomo de Santa Maria del Fiore, en Florencia, fue el de levantar dos cúpulas, una interna y otra externa. Un prodigio de la ingeniería renacentista.
La Grande Macchina la llamó Miguel Angel.
La cúpula de Florencia no tiene comparación. La de Sofia, en Estambul es más nueva y de forma ovalada; la cúpula de San Pedro, en Roma, construida por Miguel Angel, es una copia del diseño de Brunelleschi, revestida de láminas de metal, un poco más grande y más reciente; las cúpulas de San Marcos, en Venecia, son cinco, en cruz, pero más chicas y de metal; y la cúpula de la basílica de Pisa, oval y de metal.

Il Duomo, en Florencia, es un punto de referencia, de orientación.
Una noche de invierno, oscurecida por un cielo cargado de nubes negras, volvía de una cena en casa de unos amigos. Caminé y caminé por las estrechas calles de Florencia y en un momento no supe dónde me encontraba. Serían como las once de la noche y desde luego lejos de las rutas diseñadas para el turismo.
Florencia de noche es oscura por disposición de las autoridades. Todo lo que es el centro histórico, la parte medieval que comprende el perímetro de las antiguas murallas, tiene poca y muy espaciada iluminación. Pequeños candiles espaciados y colocados en las partes más altas de los palacios no alcanzan a alumbrar ni siquiera los pisos de piedra, dándole un aspecto verdaderamente lóbrego a esos quarttieri o barrios apartados de los lugares turísticos.
Por mi parte no había temor alguno, pues esta ciudad tiene índices de criminalidad que no llegan al 0.1 por ciento. Pero sí estaba completamente desorientado. Mi primer pensamiento fue “acogerme a sagrado” e ingresar a cualquiera de las muchas iglesias y conventos que existen en esa parte de la ciudad y en donde cualquier persona consigue ayuda, techo, cama y comida, completamente gratuitos.
Pero no. Un indefinible regusto por sentirme “perdido” me hizo que siguiera caminando y tratando de adivinar, en cada bocacalle, algo más que la lechosa oscuridad proveniente de la pequeña estela de cielo que queda libre entre un techo y el de enfrente.
De pronto, al desembocar al triangulado espacio de una bifurcación, al fondo del alargado espacio donde debería estar el cielo oscurecido percibí una estrecha franja de la gran mole oscura de la cúpula. En ese momento supe que ya estaba en casa.
En días que no teníamos clase cruzaba el Arno y remontaba la colina del Piazzale Michellangelo y desde ahí bocetaba la Cúpula. Hice varios apuntes en una pequeña libreta.
Alguna vez me sorprendio, mientras estaba en el pequeño baño de un apartamento muy cerca de la basílica. sobre el inodoro, en vez de un espejo había una pequeña ventana de madera. La curiosidad me hizo abrirla, quizá para ver la ciudad desde un cuarto piso.
Y ahí estaba, imponente, roja y blanca. Podía ver los pequeños rectángulos rojos del recubrimiento colocado por Brunelleschi a lasca, una técnica recién inventada por él a principios del 400s.
Me deslumbró y al volver a la sala le conté a mis anfitriones, quienes sonrientes y orgullosos hablaron de la magnífica vista que tenía el baño.
Y es que en Florencia, todos quieren tener un espacio desde donde poder ver este portento.

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