jueves, 21 de agosto de 2008








Velazquez y "Las Meninas"


La primera vez que vi este gran cuadro instalado en el Museo del Prado, en Madrid, quedé sorprendido y subyugado. De pronto no sabía qué estaba viendo: si una extensión de la sala o una puerta a otro siglo.


Este cuadro durante más de dos centurias se llamó “La Familia”, pero no fue sino hasta la mitad del siglo XX, cuando los especialistas realizaron profundos estudios y se escribieron varios ensayos sobre el mismo, que lo colocaron como uno de los grandes enigmas de la pintura.


Velázquez está pintando un gran lienzo que no vemos. Frente a nosotros, la escena se desarrolla en torno a la Infanta Margarita, quien acaba de llegar acompañada de su corte de damas, “meninas”, bufones y guardadamas.


Como se advierte, Velázquez no pinta a ninguno de estos personajes, como tampoco a la real pareja que asomándose a la estancia –y reflejados en el espejo del fondo—interrumpen la escena. No los pinta y sin embargo los pintó. Pareciera que Velázquez pintara lo que está frente al cuadro, más acá de los límites del propio lienzo, es decir a nosotros los espectadores.


Él pinta lo que no puede ver –a través de los siglos—y nosotros vemos lo que no podremos saber nunca que existe en el anverso del cuadro que pinta. Algunos estudiosos han sugerido que pinta a la pareja real, misma que se refleja en el espejo, pero los estudios sobre perspectiva los colocan un poco más acá de la parte media del lienzo sobre el que pinta Velázquez, es decir que ni el mismo pintor los podría estar viendo, por lo demás el lienzo es demasiado grande (3.10 x 2.76), inclusive para un retrato doble. Por otra parte, la pareja real acaba de llegar, como lo demuestra la ligera inclinación que inicia la menina doña Isabel de Velazco y esa mirada de sorpresa y de congelado movimiento que tiene el guardadamas.
¿Qué es lo que está pintando Velázquez y a quién o quiénes pinta? Nosotros, los espectadores, vemos sólo la misma imagen parcial de una escena con más de cuatro siglos de antigüedad; ellos, los personajes –ignorantes también de lo que se pinta en el lienzo—ven las imágenes de un universo que cambia constantemente y que permanece, paradójicamente, a un lado de ellos.

¿De allí procederá esa mirada tranquila, serena y, a la vez, indagadora –sin sorpresa—del pintor? ¿Intuyó y se convenció el pintor que el tiempo y el espacio eran sólo convenciones humanas y que dos o más universos “reales” pueden coexistir simultáneamente, como en Las Meninas?

La nomenclatura.

Este lienzo figuraba en los inventarios del Alcázar de Madrid con el título de El cuadro de la familia. Más tarde, aparece catalogado en el Museo del Prado, en 1843, por su director don Pedro de Madrazo con el nombre de Las Meninas, título que tuvo un gran éxito literario y que ha perdurado hasta nuestros días. Dicho título le fue impuesto al cuadro como referencia a dos personajes que aparecen en él y apoyándose en la descripción que hace de la obra el pintor y escritor Antonio Palomino de Velasco (1555-1626), en su obra Museo pictórico. Cuenta el señor Palomino en esta obra que «dos damitas acompañan a la Infanta niña; son dos meninas». La palabra «menina» es de origen portugués y es el equivalente a «paje» en femenino. Llamaban así a las hijas de personajes de la nobleza que entraban en Palacio como doncellas de honor de las Infantas y las acompañaban en su séquito a todas horas. Eran siempre damas muy jóvenes.


Don Antonio Palomino escribió una biografía muy extensa y llena de pormenores del pintor Velázquez. Muchos de los datos los obtuvo de lo que le iba contando Juan de Alfaro, un pintor que había sido discípulo de Velázquez en los últimos años de su vida. Siguiendo la lectura de dicha biografía se pueden saber algunas circunstancias del cuadro.


La pintura se terminó en 1656, fecha que encaja con la edad que aparenta la infanta Margarita (unos cinco años). Felipe IV y doña Mariana solían entrar con frecuencia en el taller del pintor, conversaban con él y a veces se quedaban bastante tiempo viéndole trabajar, sin protocolo alguno. Esto era algo muy repetido en la vida normal de Palacio y Velázquez estaba acostumbrado a estas visitas.

En el incendio que destruyó el Alcázar de Madrid (1734), este cuadro y otras muchas joyas artísticas tuvieron que rescatarse apresuradamente; algunas fueron arrojadas por las ventanas. A este percance se atribuye un deterioro (orificio) en la mejilla izquierda de la infanta, que por suerte fue restaurado en la época con buenos resultados. Posteriormente el cuadro fue trasladado al Museo del Prado. En 1984, en medio de fuerte controversia, fue restaurado bajo dirección de John Brealey, experto del Museo Metropolitano de Nueva York. La intervención se redujo más bien a eliminar capas de barniz, que habían amarilleado y alteraban el efecto de los colores. El estado actual de la pintura es excepcional, especialmente si se tiene en cuenta su gran tamaño y antigüedad.


Descripción del cuadro.


A la izquierda y delante de un gran lienzo, el espectador ve al autor de la obra, Velázquez. Está de pie y mantiene en sus manos la paleta y el pincel, en una actitud pensativa, como si examinase a sus modelos antes de aplicar otra pincelada. Está trabajando rodeado de unos personajes cuya identidad se conoce totalmente:

Felipe IV y su segunda esposa Mariana de Austria, en la lejanía del cuadro, se reflejan en un espejo detrás del pintor.


La infanta Margarita, la primogénita de los reyes, es la figura principal. Tiene cinco años y está acompañada de sus meninas y de otros personajes. Va vestida con el guardainfante y la basquiña gris y crema. Es la alegría de sus padres como única superviviente de los varios hijos que fueron naciendo y muriendo. La infanta Margarita fue la persona de la familia real más retratada por Velázquez. Prácticamente hizo pinturas de la princesita hasta poco antes de su muerte. La mayoría se encuentran en el Museo Kunsthistoriches de Viena. La pintó por primera vez cuando no había cumplido los dos años de edad y el cuadro se encuentra en Viena, siendo considerado como una de las joyas de la pintura infantil.

Doña María Agustina Sarmiento. La Infanta ha pedido un poco de agua para beber y doña María Agustina le ofrece sobre una pequeña bandeja, un búcaro, es decir, una vasija hecha de arcilla porosa y perfumada que refrescaba el agua (según el protocolo real, una vez que la infanta bebía, el bucarito era roto). La menina inicia el gesto de reclinarse ante la real persona, gesto propio del protocolo de palacio.
Doña María Agustina Sarmiento era hija del conde de Salvatierra y heredera del Ducado de Abrantes, por vía materna de su madre Catalina de Alencastre, tres años después de pintarse el cuadro contrajo matrimonio con el Conde de Peñaranda, Grande de España y enviudó a los nueve .


Doña Isabel de Velasco, hija del conde de Fuensalida, se encuentra un poco más allá de la infanta, de pie, e inicia una reverencia. Ella fue menos afortunada, morirá tres años después, soltera.

Mari Bárbola es la enana hidrocéfala que vemos a la derecha. Entró en Palacio en 1651, año en que nació la Infanta y la acompañaba siempre en su séquito.


Nicolasito Pertusato, italiano, está a su lado y aparece molestando con su pie a un mastín pintado en primer término, con aire tranquilo. Con los años, Nicolasito llegó a ser ayuda de cámara en Palacio, un puesto nada despreciable.


Doña Marcela de Ulloa está detrás de la menina Isabel. Va adornada con tocas de viuda. Era la Camarera Mayor (o guarda mayor de la princesa) viuda de Don Diego de Portocarrero y madre del Famoso Cardenal Portocarrero. Antes había servido a la condesa de Olivares. El personaje que está a su lado, medio en penumbra, es un guardadamas pero no lo menciona el principal historiador de Velázquez, Palomino, en su relato, aunque los estudios recientes aseguran que se trata de don Diego Ruiz Azcona, prelado vasco de familia hidalga que fuera Obispo de Pamplona y Arzobispo de Burgos, ostentando el cargo de Ayo de los Infantes de España.

Don José Nieto Velázquez (tal vez pariente del pintor) es el personaje en silueta que se ve al fondo del cuadro, en la parte luminosa, atravesando el corredor por un vano cuya puerta abierta nos muestra los típicos cuarterones tan de moda en aquellos tiempos. Este señor fue jefe de la Tapicería y Aposentador de la reina. Una de sus tareas era abrir las puertas por donde pasarían sus majestades.

Pinturas y pintores
Por encima del espejo en el que se reflejan los reyes se ven dos cuadros. Son copias realizadas por Juan Bautista del Mazo de Minerva y Aracné, de Rubens, y Apolo y Pan, de Jacob Jordaens. Ambos cuadros se hallaban efectivamente en dicho salón, según documentos de la época; pero se cree que Velázquez los reprodujo porque esconden alusiones a la obediencia debida a los reyes y al castigo que acarrea incumplirla.


La biografía del artista.

La obra del pintor español diego Rodríguez de Silva y Velázquez, nacido en Sevilla en 1599, es un ejemplo de continua superación creadora y acredita a su autor como uno de los pintores más importantes de todos los tiempos. La vida del artista, por otra parte, consiste fundamentalmente en la historia de la realización de su misma obra, pues al margen de ella apenas hay hechos destacables en su biografía.


Transcurrido su aprendizaje en su ciudad natal, se traslada a Madrid en 1623, al ser nombrado pintor de cámara del rey Felipe IV. A este primer período corresponde uno de sus lienzos más importantes: Los Borrachos.


En 1629 viaja por primera vez a Italia, donde conoce a los maestros del Renacimiento y del Manierismo, adquiriendo una nueva experiencia en la composición y disposición de figuras, asimilando el cromatismo y movimiento de las escuelas veneciana y toscana.


De vuelta en Madrid, realiza numerosos retratos de la familia real y grandes composiciones en donde se puede observar la influencia de los maestros italianos, como es el caso del enorme cuadro La Rendición de Breda.


Viaja por segunda vez a Italia en 1649 realizando un gran periplo por las ciudades de Venecia, Bologna, Florencia, Roma y Nápoles, regresando de nuevo a España en donde dedica la última década de su vida a sus mejores obras: Las Meninas y Las Hilanderas.


Un año antes de su muerte, se le concede el hábito de la Orden de Santiago. El pintor murió en Madrid el 6 de agosto de 1660. Ocho días más tarde muere su esposa Juana.

(En el siguiente blog nos aproximaremos al trabajo de composicion y perspectiva en esta obra)